lunes, 1 de diciembre de 2008

SOLIDARIDAD...CATÓLICA VS JUDÍA?...


Corría el año de 1941, el 03 de agosto para ser más precisos, según Else Behrend-Rosenfeld, en su libro, Yo No Estuve Sola - Vida de una judía en la Alemania Nazi-, por causa de su incapacidad para seguir laborando en una fábrica, el representante del Gauleiter (Jefe del Distrito Nazi) la envia como la Administradora del nuevo campamento judío donde albergarán a los judíos que posteriormente serán enviados a los campos de concentración. Este nuevo hogar es un convento en Berg Am Laim, que las hermanas enfermeras católicas de la Orden de San Vicente, tenían dispuesto un hogar nuevo de dos pisos para hermanas viejas y enfermas.

Al mudarse al nuevo hogar, cuenta que todas las habitaciones tenían en la puerta, blanca o verde, el nombre de un santo. Y quien le ofreció refugio en su puerta, fue Santa Teresa, esta habitación así como el ambiente de la casa y su terreno, le resultaba muy apacible y tranquilizadora. Recien se mudan al hogar los primeros residentes judíos, se dedican al orden y limpieza, olvidandose de la comida de todos los que estaban allí. De pronto a las siete y media de la mañana, les envian, de la cocina del convento, una enorme jarra con café con leche, al mediodía y a la noche les traen la comida para todos y despúes un tacho enorme con agua caliente para lavar la vajilla. Por decreto policial los residentes del Hogar tenian estrictamente prohibido relacionarse con las hermanas. A pesar de esto, las hermanas habian dispuesto un sótano para almacenamiento de papas, el uso de una pequeña área de césped para secar la ropa y hasta utilizar el teléfono.

Nos sigue contando Else: "Qué nobles espíritus hay entre estas hermanas! Está la madre superiora, inteligente y muy comprensiva hacia nuestra situación y según sus propias palabras- contenta de que hayamos venido a vivir junto a ellas nosotros y no alguna organización del Partido. La hermana encargada de la puerta, quien también atiende el teléfono, es una anciana cuyo rostro está hermoseado por una expresión de sabiduría, pureza y bondad. Podría enumerar a muchas de ellas que nos son muy queridas, pero sólo mencionaré a la eficiente y amable hermana de la cocina, quien siempre está dispuesta a socorrerme con sus experienzas, y a la hermana Hortelana, quien con sus ojos que chispean alegres en su rostro tostado surcado por mil arruguitas rezuma vitalidad y placer por su trabajo".

Entre las personas que residian en el hogar, Else cuenta acerca de un Profesor Cossman, quien tiene más de setenta años, talla mediana, muy delgado, "cara embellecida por la espiritualidad que trasunta". Durante los primeros días que casi no se notaba su presencia, pues vivía tranquilamente para sí. "Era un católico profundamente piadoso, su rostro y sus ojos emanaban bondad y sabiduría". No tenía quejas por el repentino y radical cambo que sufrió su vida; siempre encontraba una palabra buena, apaciguadora, para aquel que estaba desazonado, triste o enojado por alguna cosa".

A medida de que se recibian las ordenes de deportación de cada uno de los residentes, esas muestras de solidaridad se fueron haciendo más y más fuertes entre estas hermanas católicas y los residentes judíos. La más impresionante de todas fue aquella en la cual la autora del libro, encontró a dos hermanas del Monasterio cargadas con dos bolsas grandes, una, llena de cacao legítimo (un alimento que hacía mucho tiempo no se podía comprar ni con bonos); la otra, llena de azúcar molido. "La madre superiora les había encargado que nos las entregaran como símbolo de la simpatía que sentían hacia todos nosotros. Además, les avisaron que al día siguiente tendría lugar una misa especial para los que se iban del hogar hacia los campos de concentración. Ellas querian que supieramos que se sentían ligadas fraternalmente a nosotros, en nuestra desgracia. No era la primera vez que se mostraban dispuestas a a socorrernos y nos hacían sentir su amistosa cercanía; siempre nos demostraron que podíamos contar con su ayuda."

Otra de las hermosas anécdotas que nos cuenta Else, está la del maestro judío quién le confió: "Al principio me indignaba que justamente a nosotros, judíos, nos alojaran en un convento. Desde chico sentí recelo y una fuerte aversión a pisar una iglesia cristiana y, al principio, también aquí me costó sobreponerme, cuando tenía que hablar con la superiora o con alguna de las hermanas. Pero poco a poco esto se fue modificando. Noté la natural y sencilla devoción con que hacen su trabajo, sentí su compasión hacia nuestros sufrimientos y su disposición de ayudarnos. Su bondad y amabilidad para con nosotros primero me causaron asombro y un respeto casi involuntario, y comprendí que yo, como judío ortodoxo, vivía con ideas y prejuicios erróneos. Ahora voy a menudo a su iglesia pues sé que su Dios también es nuestro y me parece de poca importancia en que lugar recemos. Nunca antes habia sentido tan fuerte deseo de inclinarme resputuosamente antes seres humanos como lo siento por las hermanas de nuestro convento".

Por último, la autora nos deja sentir su máxima reflexión al contarle a través de cartas a su esposo en el exilio: "Me alegró esta confesión: sabía que muchos residentes habían experimentado lo mismo que él. Esto no iba conmigo, pues, como bien sabes, ya desde mucho antes recibi ayuda y amistad de católicos piadosos. Pero ahora se me hizo evidente, una vez más, cuán importante y necesario es experimentar la fraterna proximidad de personas de diferentes religiones, cuando las barreras dogmáticas caen bajo la coerción y los duros golpes del destino. Todos los achaques humanos los cura la pura humanidad: me parecía que esta hermosa y verdadera frase de Goethe iluminaba aquellos difíciles e inolvidables días."

Antes que nada, pensemos en que es la solidaridad para los seres humanos, sabemos que es un valor por excelencia, que involucra nuestros buenos sentimientos para salir adelante. La solidaridad se define como la colaboración mutua en las personas, como aquel sentimiento que mantiene a las personas unidas en todo momento, sobretodo cuando se vivencian experiencias difíciles de las que no resulta fácil salir. No es de extrañarse que escuchemos este término con mayor frecuencia cuando nos encontramos en épocas de guerra o de grandes desastres naturales y que se comporte como la base de muchos otros valores humanos o incluso, de nuestras relaciones sociales más valiosas, tal como es el caso de la amistad, pues nos permite sentirnos unidos a otras personas en una relación que involucra sentimientos necesarios para mantener el funcionamiento social normal.

Tal y como siempre se los confirmo una vez más, el poner alma y corazón en las cosas que hacemos, es lo que nos hace diferentes a los demás seres humanos... claro que este sentimiento es motivado por esa paz interior que tenemos y que es inspirada por un ser superior... Dios.
JeanTdeP